Brenda Ascoz, Llorona

BRENDA ASCOZ
Llorona
La isla de Siltolá, Sevilla, 2016
La franqueza en poesía es solo un efecto; persigue un fin: que el lector se emocione. Desde el título, Llorona, el último poemario de Brenda Ascoz (Torrejón de Ardoz, 1974) transmite franqueza, una de las formas de la sinceridad.
La voz del poema describe las acciones de la protagonista con soltura y concisión: «Buscaba / cuerpos a los que adaptarme, / cuerpos donde construir un hogar / que me resguardara / de las inclemencias de la vida. / Cuanto hallé / fueron cuerpos vacíos, / cáscaras; / pero no era peor / que habitar la intemperie». Como en «Cangrejo ermitaño», muchas veces Ascoz va directa al grano. Y sin embargo, consigue retardar el efecto, que no estalle demasiado pronto, que la confesión no caiga en el patetismo. En ocasiones se habla a sí misma en segunda persona, se riñe o se advierte de las consecuencias de sus actos o de sus omisiones: Ese desdoblamiento de la personalidad aparece ya en el poema que abre el libro, titulado Ella, como una declaración de intenciones: «Es más fuerte que yo –la imaginé más fuerte-. / Por eso, cuando estoy cansada / o me siento triste o desolada o inquieta / me visto con su piel y marcho / al mundo fingiéndome ella. / Y aunque todo es mentira –nunca del todo-, / también más sencillo». Y más adelante, en uno de los poemas más extensos, que no son muchos ni muy extensos, uno expresivamente titulado «Alma de cántaro», se debate con ese alter ego para devolverse a su casa en una salida nocturna: «Pretendes pactar con la vida / aun sabiendo / que la vida no hace pactos; / le pides que te aguarde, que te espere, / le dices / que no has aprendido a vivir todavía / (…) / Despierta, alma de cántaro: eres tú / quien se le ha entregado en ofrenda. / La noche / de ti nada sabe». Así vamos averiguando que el verdadero centro del libro no es tanto la identidad como la manera correcta de enfrentarse a la realidad y, en definitiva, si la realidad es real, y hasta qué punto tienen poder sobre ella las palabras: «¿Amaré / si me convenzo de que amo?». Aunque ese efecto de franqueza cristaliza en emoción a menudo, mi pieza preferida es «Consuelo», donde la voz no habla de sí misma.

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