JULIO MARTÍNEZ MESANZA
Gloria
Ediciones Rialp, Madrid, 2016
Uno
de los poemas del último libro de Julio Martínez Mesanza (Madrid, 1955) se
llama «Los símbolos cansados»,
y uno tiene la sensación de que el autor se ha propuesto
crear nuevos símbolos y desdibujarlos cuando empiezan a funcionar. Las
referencias culturales que sirven de germen a muchas de las piezas llegan al
lector camufladas o apocopadas, como un tal Gino
del que habla el último poema, que las notas finales aclaran que es el ciclista
Gino Bartali, o «los carros de Kipur» que probablemente remitan a los tanques
de la batalla de Yon Kipur en 1973, o «la sonrisa de yago» que ya no sé si se
refiere al personaje del Otelo de
Shakespeare. Y aunque, en otro poema, Mesanza dice: «Si yo supiera, como Luis
Alberto / hacer poemas con los nombres propios / y que cada uno de estos
nombres propios / evocara con fuerza a quien lo lleva», parece que su intención
es menos imitar a De Cuenca que llevarnos de la mano a la extrañeza, porque el
tema que sobrevuela el conjunto es precisamente el no sé qué que quedan
balbuciendo los paisajes y las cosas: «está en lo que no sabes qué es y
escapa; / llámalo música que vuelve y
vuelve / para decirte siempre que no vales, / que no tienes valor porque no
aprecias». Precisamente la música de los versos, el tono salmódico, con
resonancias bíblicas, es el símbolo que sujeta las sugerencias, desde el Gloria del título al sentimiento de merecimiento
o culpa que provoca la realidad en el que canta. Poemas que se esfuerzan por
llevarnos a lo inaprensible embarcados en el santo rosario del ritmo, que se
aprietan intensos y que, en el resultado final, muchas veces en el límite del
hermetismo, te dejan persiguiendo entendimiento. Y sin embargo, las piezas que
este lector prefiere son aquellas que se acercan más a lo concreto, cuando
describe el distinto frufrú del viento en las hojas secas y las vivas, o la
indolencia que le produce la hermosura. Poemas como «Safo dieciséis»,
«Cuestiones naturales IV» o «En la noche del mar». Poemas breves e intensos, en
los que Mesanza materializa su propio deseo: «Pues al desierto voy, dame lo
extraño / que es ver por vez primera lo sencillo».
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