Acudimos
en tropel a ver en vivo la mayor reunión de obras de El Bosco que ha podido
celebrarse desde Felipe II.
El monarca que se regocijaba masacrando
protestantes, cuando se sintió morir pidió que le trajeran las obras de aquel
pintor fantasioso que había muerto casi un siglo antes en ´s-Hertogenbosch, su
ciudad natal. ¿Qué había visto el rey Felipe en las obras de El Bosco? Es
probable que nunca lo sepamos, pero sabemos en cambio que le obsesionaron tanto
que las persiguió hasta reunir las que pudo y que ordenó copiar las que no tuvo
al alcance. El 25s eludimos la interminable cola de visitantes del Museo del
Prado por el mero privilegio de haber adquirido las entradas un mes antes.
Oímos las quejas y las súplicas de quienes no habían llegado a tiempo y trataban
de negociar con el solícito empleado que paseaba por la cola resolviendo dudas.
Aguardamos nuestro turno con expectación y finalmente nos mezclamos con la
multitud que se aglomeraba ante todas y cada una de las tablas. Una y otra vez
había que ganar la posición con paciencia y prudente tenacidad para tener al
alcance durante unos segundos las pinceladas de Jheronimus van Aeken, que si
hubiera nacido hoy sería holandés. No son pinturas para ver deprisa. Antecesor
del cómic y de tantos otros géneros y corrientes, aquel pintor se demoraba en
los detalles, concebía sus obras mayores como danzas en las que en cada rincón
de la pintura brindaba una sorpresa. La mayoría de los símbolos de sus
alegorías apuntan a referencias de su tiempo, que se han perdido en el nuestro.
Eso al menos parece. Al menos ocho de esas obras las habíamos podido contemplar con menos estrecheces y más detenimiento en anteriores visitas, porque se
conservan en España. Sin embargo esta observación es diferente. Y no solo por las
radiografías y espectografías. Es el poder de la publicidad. Ahora más que
nunca experimento el halo de la obra original del que hablaba Walter Benjamin:
siento las pinceladas de El Bosco frescas todavía, siento las miradas que me
precedieron como capas de vida entre las pinturas y yo. Siento a Felipe II
enfocándolas en sus delirios postrimeros. Más que ver, es estar.
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