Tres mujeres



Sylvia Plath: Tres mujeres. Ed. Nórdica, Madrid, 2013; traduce: María Ramos; ilustra: Anuska Allepuz
Mientras leía tres mujeres por segunda vez, me rondaba por la cabeza el tópico de que hay una literatura para mujeres y otra para hombres, creencia que, de tener fundamento, alcanzaría su polarización casi definitiva en poesía, género que trabaja más directamente con los sentimientos.
Sylvia Plath concibió Tres mujeres como una obra radiofónica. Son poemas en los que se van alternando tres voces: la primera es la de una mujer que vive la experiencia plenamente aceptada de ser madre; la segunda es la de una mujer que quiere ser madre pero cuyo embarazo se ha malogrado; la tercera es la de una mujer en trance de ser madre a su pesar. Es decir, se trata de un libro escrito por una mujer que habla de experiencias que solo puede vivir en propia carne una mujer. Y no describe anécdotas directas, aunque el contexto esté presente: cada poema es un remolino de sensaciones, sentimientos, imágenes y símbolos, un tobogán emocional que nunca eleva la voz para expresarse.
Cuando lo leo por enésima vez, sigo preguntándome por qué me atrapa. Si se trata de una atracción extraliteraria, si influye la historia de fondo de esas tres mujeres, que queda siempre en un segundo plano, aunque uno quiera saber cuál de ellas le habla en este instante. Sin duda influye el primoroso objeto que es el libro, donde las ilustraciones azuladas de Anuska Allepuz envuelven las manos como una crema tranquilizadora. O si será cosa de la traducción, si bien, por lo que puedo apreciar (es edición bilingüe), María Ramos intenta pasar desapercibida, que es el mejor de los méritos de un traductor. Me pregunto si influirán otros elementos más subjetivos y hasta descabellados, como que el libro me recuerde una edición de Poeta en Nueva York de Lorca, realizada a partir de una lectura en público del libro; incluso que la propia Plath leyera Tres mujeres en la BBC el año en que yo nací, bajo el mismo entorno astrológico en que mi madre me dio a luz.
Aunque a los que nos dedicamos a la reseña literaria puede resultarnos frustrante, a veces la mejor virtud de un libro es que te guste mucho y no sepas por qué, como es el caso. Se trata entonces de agradecer el regalo, la casualidad de haber acertado al llevármelo a casa. Porque, cuando me lo mostró mi amigo Juan Valero, de Librería Popular, hubo un momento en que dudé, y otro momento mágico, casi el mismo, en que me decanté por llevármelo. Tres mujeres, atípico en la producción de su autora, no es un libro de tres heterónimas, es una sola voz desde tres experiencias profundas, abismales y tan humanas que hasta un hombre puede compartirlas. No es una aproximación, ni una tesis, ni una obra teatral, es un hallazgo.

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