Canción errónea



Unos meses antes de su muerte, el poeta Ángel González me comentó que se sentía desconectado del mundo. No sé si fueron las palabras exactas, pero el sentido era este: que sentía que entre el mundo y él se abría una zanja ya insalvable. E identificaba este sentimiento con la pura vejez. Se han reavivado en mi memoria aquellas palabras leyendo el libro Canción errónea, de Antonio Gamoneda. Y es curioso, porque entre ambos parece que había abierta también una zanja insalvable. Al menos, muchos amigos de González interpretaron que Gamoneda lo menospreció cuando, nada más conocerse la noticia del fallecimiento, hizo una primera valoración pública sobre su paisano (ambos habían nacido en Oviedo y ambos se alejaron pronto de la capital asturiana). Prácticamente los mismos amigos de González volvieron a cargar sobre Gamoneda al año siguiente, cuando volvieron a interpretar que menospreciaba esta vez al recién fallecido Mario Benedetti.
Pero lo que me ha hecho recordar las palabras de Ángel González no han sido aquellas anécdotas en la que seguramente todos ponen un poco de razón y bastante de pasión, sino porque el poemario entero de Gamoneda destila el sentimiento del que me hablaba González: la desconexión del mundo, la desconexión del interés por la vida, que no es exactamente resignación ni aceptación. Todo el libro, en todas las páginas, emana ese lento desasirse de la vida, desde el primer poema: “Ahora mismo atiendo distraído a mi estertor. No hay en mí memoria ni olvido; única y simplemente lucidez. // Han desaparecido los significados y nada estorba ya a la indiferencia. // Definitivamente me he sentado / a esperar la muerte / como quien espera noticias ya sabidas.”
El fraseo característico de Gamoneda avanza unas veces en versículos, prolongados con ayuda de corchetes, que luego se rompen y reaparecen en una palabra solitaria en el otro extremo de la página, zigzagueando, como si retomaran un discurso fragmentado por una respiración dificultosa o por una memoria que cae en repentinos desfallecimientos y que vuelve de pronto a retomar su caudal. Y siempre, de manera hipnótica, acumula estos mensajes: “La rosa es bella, ¿para qué?”, o más adelante: “Vivir es extrañeza. No procede salvarse.” Y unos poemas más tarde: “Desprecio / la eternidad.” Sin nada que temer ya, con una aparente (solo aparente) despreocupación por la forma, Gamoneda, como esos ciclistas que no terminan de integrarse pero tampoco pierden de vista al pelotón de cabeza, hace la goma con la vida.
No es un libro de grandes poemas, es un libro de un clima envolvente que rezuma credibilidad por encima, y a pesar, de los tics habituales del poeta recriado en León. Él mismo aclara en un epílogo que llama Notas y confidencias que se ha despreocupado del orden y de poner títulos, subtítulos o lo que fuera. Y añade que no faltan en el libro “reiteraciones léxicas y fraseo recurrente, y tampoco expresiones” que ya estaban en su poesía anterior. Pero necesitaba que en este momento su poesía fuera así. Y así se queda. Y así la leemos y disfrutamos hasta el epílogo, que se complementa con un índice onomástico de los personajes anónimos que inspiran algunas de las piezas, y otro índice alfabetizado de primeros versos o frases iniciales. Un minucioso complemento informativo que sirve para rellenar el rompecabezas de la curiosidad, pero que nada aporta ni resta al resultado lírico, como no sea insinuar que debajo del desorden proclamado subyace una estructura propia de ingeniero.
Su nieta Cecilia, los pintores, los poetas amigos, vivos y muertos, y hasta el que le arregló un armario, asegura el poeta que están detrás de esta colección de poemas que no se necesitan más que a sí mismos. Poemas en los que se ve cada mañana y se sorprende y hasta se siente ajeno (Un desconocido habita en mí). “Nos encontramos una y otra vez con nosotros mismos, / con nosotros mismos, rodeados de combustibles y animales sigilosos”. Nos encontramos con lo que otros, amigos o rivales, se encontraron antes. En Librería Popular, adonde acompañara a ambos, en años diferentes, verifico que la edad los ha traído al mismo poema, al mismo libro, al mismo lugar.
ANTONIO GAMONEDA: Canción errónea. Tusquets, Barcelona, 2012

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